¿Qué son las emociones?
Para nosotros, los humanos, las emociones son un lenguaje heredado de nuestros ancestros mamíferos.
El lenguaje del cuerpo que, a su vez, nos ayuda a comprendernos y relacionarnos con los demás. En esto consiste la inteligencia emocional.
Las emociones son inevitables y el inicio de su actividad cognitiva está fuera de nuestro control.
De los diferentes fenómenos cognitivos, las emociones constituyen uno de los fenómenos que más nos atrapa, con el que más nos identificamos.
Que te sientas bien, o no, tiene que ver con tus emociones. Puedes sentirlo en el cuerpo.
A veces el corazón se agita, el estómago se encoge, los músculos se tensan, la respiración se acelera… Y todas esas sensaciones tienen que ver con tus emociones. A menos que estés corriendo una maratón o haciendo ejercicio intenso.
El cuerpo nos da señales para saber cómo nos encontramos, nos orienta sobre lo que nos está pasando emocionalmente, es como una brújula.
La palabra emoción procede del latín emovere, donde e- es fuera y –movere movimiento. De manera que las emociones nos ponen en movimiento.
El diccionario de la lengua española (RAE) nos indica que la emoción es una alteración del ánimo intensa o pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática.
Si bien, se trata de un conjunto de respuestas neuroquímicas y hormonales que nos predisponen a reaccionar de cierta manera ante un estímulo externo o interno, ya que nuestros pensamientos o nuestra particular manera de percibir e interpretar el mundo que nos rodea, son detonantes de nuestras emociones.
Concretamente Paul Ekman, el renombrado psicólogo y científico de las emociones que fue contratado para elaborar los personajes de la película animada de Pixar, Del revés (Inside Out) según una base científica de la psicología de las emociones explica: “La emoción es un proceso, un tipo particular de valoración automática influida por nuestro pasado evolutivo y personal, en el que sentimos que está ocurriendo algo importante para nuestro bienestar y una serie de cambios fisiológicos y conductas emocionales comienzan a lidiar con la situación.”
¿Por qué son importantes las emociones?
Cuando comprendemos el sentido profundo de nuestras emociones, nos damos cuenta de su importancia, ya que básicamente evolucionaron como mecanismos de supervivencia, diseñadas para que se produjeran sin pensar, para empujarnos a la acción y la seguridad, sin detenernos en el análisis.
Las emociones nos ayudan a sentirnos vivos, producen sensaciones y nosotros las interpretamos. Es la vida expresándose en el cuerpo.
Básicamente están escaneando nuestra experiencia constantemente para evaluar de manera automática si hay algún riesgo a nuestro bienestar o alguna oportunidad que podamos aprovechar.
¿Para qué sirven las emociones?
Cuando hablamos del miedo, por ejemplo, actúa como señal rápida y eficaz de alarma, que envía un mensaje inequívoco de peligro para tomar acción, preparando a nuestro organismo para huir y/o atacar. Identificamos y expresamos el miedo desde nuestra infancia temprana.
Los desencadenantes del miedo pueden ser universales o personales, ambos relacionados con la amenaza de sufrir algún daño sea físico o psicológico.
Los seres humanos podemos aprender a asustarnos casi de todo, de modo que los desencadenantes son muy variados.
Aunque fuera posible vivir sin miedo no sería algo deseable ya que no podríamos evaluar el peligro ni reaccionar de forma apropiada. El miedo es el regalo de la naturaleza para asegurar la supervivencia.
La ira en cambio nos sirve para remover obstáculos. Cuando nos sentimos bloqueados para alcanzar nuestros objetivos surge la rabia, también cuando nos tratan injustamente, o algo o alguien nos impide conseguir lo que nos proponemos o satisfacer nuestras necesidades.
La ira nos impulsa a la acción, el ataque o la lucha, transmitiendo el mensaje de que no nos vamos a rendir y que estamos dispuestos a luchar para defendernos.
Concretamente la tristeza es la emoción más duradera y provoca introversión. Un detonante es la pérdida, lo cual nos lleva a un estado de recogimiento que da lugar a la reflexión.
Con la tristeza la energía se reduce y ello nos facilita tomar un tiempo para estar con nosotros mismos y reflexionar más profundamente acerca del suceso que nos genera la emoción. Nos permite recapacitar y aprender de nuestros errores, incluso prepararnos para los cambios.
Por su parte, cuando sentimos asco, ello contribuye a distanciarnos de lo tóxico. Los niños sienten habitualmente repugnancia hacia cosas que tienen mal sabor. Un gesto propio del asco es fruncir la nariz, lo que no permite que los olores entren del mismo modo.
La alegría cumple un rol importante, ya que favorece las relaciones y los vínculos sociales, promueve altos niveles de energía y disposición a la acción constructiva.
De manera indirecta, la alegría promueve iniciativas de acción y potencia nuestro rendimiento, favoreciendo la creatividad, el aprendizaje, la memoria, la resolución de conflictos, etc.
Es por ello que tiene un gran peso en el desarrollo y la evolución de los seres humanos.
La sorpresa, sin embargo, surge a partir del descubrimiento de algo inesperado.
Dura tan sólo unos segundos, por lo que es la emoción más breve de todas, y va seguida inmediatamente de otra emoción como el miedo, la alegría, la rabia, el alivio o el asco.
Sin embargo, no son estas las únicas emociones que sentimos los seres humanos. Nuestro mundo emocional es complejo y puede intensificarse cuando entran en juego los pensamientos.
Teniendo en cuenta que los seres humanos sobrevivimos como especie, no por ser los más fuertes ni los más veloces, sino por nuestra comunión con otros, como seres sociales es comprensible que percibamos ciertos comportamientos como amenazantes.
Es por ello que, cuando nos sentimos atacados en nuestro concepto y alguien cuestiona nuestra imagen o nuestro ego, tendemos a generar virulencia a través de emociones como el desprecio, el orgullo, la envidia, etc.

¿Cuáles son los desencadenantes de nuestras emociones?
Algunos factores que se pueden considerar desencadenantes de nuestras emociones, son:
- Temas universales como perder a un ser querido, sentirnos obstaculizados, ser amados, etc.
- Percepciones individuales o guiones internalizados en la infancia.
- Nuestra evaluación automática o refleja.
- Recuerdos de experiencias pasadas o hablar sobre esas experiencias emocionales pasadas.
- Nuestra imaginación.
- La empatía.
- Nuestra valoración de las normas sociales.
- Actuar como si una emoción estuviera sucediendo.
- El contacto humano, entre otros…
Regulación y gestión de emociones
Si bien, cuando tenemos una mayor comprensión y reconocimiento de nuestras emociones podemos aprender a gestionarlas, teniendo en cuenta además que son impermanentes, lo cual quiere decir que están diseñadas para surgir y luego desaparecer rápidamente.
Comprender el sentido de nuestras emociones, naturalizarlas y aprender a gestionarlas resulta crucial para nuestro bienestar.
A través de la práctica de la Atención Plena o Mindfulness podemos aprender a detectar dónde sentimos la emoción, qué sensaciones nos produce, reconocerla en nosotros mismos y también en los demás.
Y es que las emociones se manifiestan a través de una serie de rasgos en la postura, en la expresión facial, en el modo de hablar o la manera de respirar. En general, en nuestra fisiología.

La respiración como sistema de regulación y ancla
Respirar es la estrategia más simple rápida y, a menudo accesible para regular nuestras emociones.
La respiración actúa como puente que conecta nuestros cuerpos y nuestras mentes y puede ser un barómetro identificador de cómo nos encontramos en un momento determinado.
Es fuente de integración y equilibrio entre la actividad mental y los estados corporales, las funciones voluntarias e involuntarias del cuerpo y las ramas simpática (de lucha o huida) y la parasimpática (del descanso y la digestión).
Cuando respiramos agitados o agitadas la mente interpreta que algo está mal, si respiramos tranquilos en cambio se calma, se posa, se asienta, pudiendo utilizarla como una herramienta para sintonizar nuestra experiencia, nuestro cuerpo y nuestras emociones.
La respiración está siempre con nosotros y es el hilo que conecta cada momento de nuestras vidas.
Hemos estado respirando desde que nacimos y seguiremos respirando hasta morir.
Es por ello que, la meditación en la respiración es una de las prácticas formales del Mindfulness, conscientes de que la podemos utilizar en cualquier momento como ancla para reconectarnos con el momento presente.
A través de la práctica de la Atención Plena o Minfulness, más allá de ayudarnos a reconocer lo que está sucediendo en cada momento, aprendemos a aceptar la experiencia tal como es, en vez de luchar y resistirnos a ella.
Es de este modo, que conseguimos comprender e integrar nuestras emociones, siendo esta aceptación sincera la que realmente contribuye al cambio y a que nos sintamos mejor.